Cobertura Dcine / Día 1

Cuando eres niño y todavía no sabes lo que te espera, tienes una vida normal, con unos padres que te quieren y te cuidan, quizás algún hermano que te estima y te odia al mismo tiempo y unos amigos y compañeros de juegos con los que ir al parque de al lado de tu casa es poco menos que la aventura de una vida, todo es mucho más fácil. Pero el azaroso tiempo pasa sin que te des cuenta y llega la adolescencia, y todo se complica y se oscurece hasta cotas insospechadas. Lo que antes te importaba un pimiento, como quién eres, quién quieres ser o que deseas, de pronto se convierten en algo que inunda tus días y tus noches sin remedio.

La nueva película de la realizadora norteamericana Jane Schoenbrun, «I Saw the TV Glow» (El brillo de la televisión) nos habla de eso y mucho más. Relata la triste y melancólica historia de Owen, un chico algo inadaptado, confuso y que todavía no sabe muy bien quién es, que baga por el instituto cuando un día conoce a Maddy, otra inadaptada todavía más confusa que él, que le descubre una misteriosa serie de televisión titulada «El rosa oscuro». A partir de ese día, y frente al pálido resplandor de la televisión, tanto Owen como Maddy se irán formando su propia realidad.

Y no es una película fácil. A más de uno y de dos es seguro que se les atragantará, pero si conectas con ella, con su extraña forma y con su intrincado fondo, si obvias sus baches y el tedio que llega a asomarse de vez en cuando, es posible que incluso la disfrutes. Enmarcada en un principio en unos familiares años 90 del siglo pasado, recurre a una serie de TV juvenil de corte fantástico y a algunos recursos estéticos habituales por aquel entonces en series como la caótica «Parker Lewis nunca pierde» (textos sobrescritos en la pantalla con colores chillones, saltos en el tiempo, rotura de la cuarta pared…) aunque pasados por un filtro de tristeza, rareza y confusión para hablarnos de lo que cuesta aceptarse a uno mismo, de que la autorrealización no es nada fácil, y de los atajos que algunos toman para sentirse aceptados, para entrar en el redil aunque, en el fondo, uno sepa que no encaja y jamás encajará en una sociedad que ahoga al raro, al distinto, al que no sigue los cánones y los raíles de lo aceptado y aceptable. Sus protagonistas se mezclan en el relato y en sus cabezas con los personajes de la serie, evadiéndose de una realidad que no les gusta, de una efervescente sexualidad que todavía no logran entender del todo, eligiendo cada uno un camino: mientras Maddy parece aceptar su rareza y decide quedarse a vivir en una realidad paralela que solo parece existir en su complicada y algo quebrada mente, Owen intenta seguir los cánones solo para darse cuenta con el paso del tiempo de que algo no va como debería, que él no es lo que la adocenada sociedad considera normal. En el fondo son dos caras de una misma moneda, como los personajes de su serie favorita, unidos de forma espiritual, pero separados por un abismo insondable.

Es un relato irregular aunque ambicioso, que parece empezar de forma familiar incluso conformista, pero que pronto vira al desconcierto, por momentos se podría decir que incluso «lynchiano», para terminar abrazando una personal, sincera y singular reflexión sobre una época, la adolescencia y primera juventud, que cuando se rememora puede parecer un infierno, y es posible que incluso para algunos lo sea, pero también es el comienzo de lo que un día seremos, para bien o para mal.